Dentro del mundo de la Yakuza

Dentro del mundo de la Yakuza

Durante casi dos años, el fotógrafo belga Anton Kusters se adentró en uno de los mundos más impenetrables de Japón: La Yakuza. Su serie, concebida como un diario visual, ofrece una mirada alejada de los clichés cinematográficos sobre esta organización.

 

 

 

 

El acceso no fue inmediato. Kusters y su hermano, que hablaba japonés, pasaron diez meses en negociaciones antes de recibir permiso para fotografiar. Cuando finalmente fue aceptado, se le impusieron condiciones claras: Nada de dramatizaciones al estilo Hollywood, nada de sensacionalismo.

 

 

 

 

Lo que encontró no se parecía al universo de violencia estilizada que esperaba. En lugar de espadas y sangre, descubrió un mundo regido por la presión social, las apariencias y el control. Como él mismo recuerda: “Lo que vi fue un mundo mucho más sutil, que depende más de la presión y la apariencia que de la violencia real.”

 

 

 

 

 

Al inicio, la Yakuza se reservó el derecho de exigir que algunas imágenes fueran destruidas. Sin embargo, nunca lo hicieron. En una de sus primeras salidas, mientras Kusters mostraba nerviosismo, los propios jefes le advirtieron: “El hecho de que estés nervioso nos muestra que no confías en nuestra palabra, y eso es una falta de respeto. Nuestra palabra es nuestro vínculo; nada puede pasarte mientras estés con nosotros.”

 

 

 

 

Más allá de la reputación criminal, el fotógrafo halló en la Yakuza una conciencia marcada de su rol social, un apego a valores tradicionales y profundas tensiones internas. Su cámara no buscó glorificar ni condenar, sino documentar desde dentro una realidad que pocas veces ha sido mostrada sin filtros externos.

 

 

 

 

Yakuza, de Anton Kusters, se convierte así en un testimonio raro y valioso: Una exploración fotográfica de un universo cerrado, donde el poder se ejerce con disciplina y las imágenes revelan tanto lo visible como lo implícito.

 

 

 

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