La moda que trabaja — La belleza de lo cotidiano

La moda que trabaja — La belleza de lo cotidiano

La moda, en su forma más honesta, no se encuentra en las pasarelas ni en las vitrinas de temporada. Vive en los gestos cotidianos: El primer suéter que uno toma un jueves antes de salir en carreras, en los pantalones manchados del trabajo, en el paño que envuelve la mano para no quemarse. Es la ropa que acompaña la vida, no la que la adorna.

 

 

 

 

El fotógrafo francés Charles Fréger ha dedicado parte de su obra a revelar esta dimensión invisible del vestir. En series como Pattes blanches, Liteau y Bleus de travail, convierte los uniformes y atuendos laborales en un retrato colectivo, en una declaración de identidad.

 

 

 

 

En Liteau, por ejemplo, Fréger observa el gesto mecánico y poético del chef que cubre su brazo con un paño para servir un plato caliente. Ese pedazo de tela —útil, simple, funcional— se transforma en un símbolo. Sus fotografías destacan las texturas y patrones que habitan lo cotidiano: La piel, el metal, los azulejos, el blanco del uniforme. Cada imagen parece un estudio sobre como el trabajo también se viste, como cada oficio lleva su propia forma de elegancia.

 

 

 

 

Fréger propone una mirada distinta hacia la moda: Una que reconoce la dignidad en lo común, la estética en lo funcional. La ropa de trabajo, los uniformes escolares, los atuendos que marcan la rutina, todos ellos hablan del cuerpo en acción, de lo que significa “vestir para hacer”.

 

 

 

 

Sus imágenes son también una reflexión sobre la memoria: Lo que usamos a diario se convierte en un archivo silencioso de nuestras experiencias. La verdadera moda —parece decir Fréger— pertenece a la gente común, a los gestos que repiten su propio ritmo, a la ropa que resiste, protege y cuenta nuestra historia.

 

 

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